viernes, 3 de junio de 2011

El misterio-Misántropo



15. La semana pasada hablábamos de la condición imprevisible del teatro. También de la necesidad de mantener vivo el misterio en las conductas humanas para el interés artístico.
Molière nos escamotea los motivos de la misantropía de su personaje. Ni le interesa ni nos explica qué le ha pasado a Alceste. Esa es su fuerza, el guardar en la recámara cualquier explicación. Alceste es universal porque permite interpretaciones diversas. A lo largo de la historia se ha querido ver en él, desde un héroe revolucionario, en la época romántica, hasta un elitista con marcado sentimiento de clase, por los marxistas. Y Molière parece decirnos como el maestro sufí: “Está tu verdad; está mi verdad. Y está la verdad”. El artista Molière, en sus mejores creaciones, plantea fantasmas en los que caben todas las contradicciones. Porque tan lógico es sentirse cerca del inconformista que se salta todas las reglas, como es natural la antipatía por quien no hace sino quejarse y se aparta de todos por considerarse superior al resto. Y tan plausible es sentir lástima por la víctima, como desear distanciarse de quien busca la animadversión de todos, y hasta su propio castigo. Pero, ¿cómo es posible que un personaje tan desagradable, con esa naturaleza caprichosa y violenta, concite la fascinación de las 3 féminas en la función? ¿Qué hace de Celimène una mujer tan irresistible, rozando los peligros que pueden provocar perder el favor de su público? He aquí algunas jugosas preguntas para autor, director y demás intérpretes. Su misión, creo yo, es cuidar que estas preguntas permanezcan vivas en la mente del espectador. Cualquier versión que intente igualar el interés que plantea Molière debe velar por tensar el hilo de estas paradojas, por hacer vivir esta variedad de colores.
El peligro de cualquier acercamiento contemporáneo a este clásico proviene de lo explicito de las motivaciones, del exceso de sicologismo y la búsqueda de identificación del espectador. Si tan comprensibles son las conductas, se acaba perdiendo la vibración en el espectador. En mi re-escritura busco, versión tras versión, provocar grietas en la convicción del espectador. Porque esta es la grandeza del arte: el misterio que hará seguir tratando de desentrañar el alma humana, tan verdadera e inasible en la ficción como en la vida.

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