4.Comienzo a escribir la primera escena de mi versión: escojo la peor traducción (por supuesto en prosa), y huyo como de la peste de la retórica remilgada, de los juegos florales para argumentar las razones de unos y otros, (como quiero huir de los vestidos de volandas y encaje, y los gestos amanerados de la corte…), y ¡oh,
sorpresa! Al leer la primera escena (decido comenzar por el encuentro con el admirador Oronte, que me divierte), veo que el diálogo fluye como la seda, suena a conversación de gente de hoy (cultos, pero de hoy).
También ocurre que en lugar de la exposición ordenada de los argumentos, el lenguaje adquiere un aire elíptico, con subtextos y sobre-entendidos, (propios de la dramaturgia de Chéjov, de la que vengo)Siempre he creído que hay que partir de romper el tópico de un autor, el cliché de un tipo de teatro para, al sacar la obra de su tono previsible, se le devuelva a la obra su lozanía. Si es un clásico es de hoy. Quizá sería imprescindible, aún cuando se decidiera mantener el texto tal cual, hacer siempre este ejercicio de acercar los clásicos a las maneras de hoy, para ver qué nos dicen, cómo resuenan.
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